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España, sin patria

Actualizado: 2 ene 2022

La ausencia de una idea común para el patriotismo debilita a España y sus intereses.


Artículo de opinión de Eduardo San Miguel Velasco


A raíz de la reciente fiesta nacional del 12 de octubre, día en el que Colón pisó las Américas por primera vez, quisiera ofrecer la siguiente reflexión. Esta deriva por los derroteros de la filosofía y la historia, pero tiene mucho que ver con las relaciones internacionales y, por desgracia, últimamente es pertinente.


España es una identidad sin patria definida. De hecho, España es una unión de identidades sin patria definida. Esto es algo así como un individuo conocedor de su historia personal, pero incapaz de comprenderla como valiosa y propia en toda su extensión. Por ello, es un individuo desamparado del tiempo y su sabiduría. Somos un país que vive al día sin más guía existencial que el absurdo del combate entre taifas.


Es más, temo que el próximo reino de taifa en emerger sea Madrid, cada vez más predispuesta a la batalla particularista. La heredera de Castilla lo quiere todo y no va a hacer nada al respecto. Salvo demandarlo o, quizás, forzarlo. Peor aun, la ausencia de un plan madrileño para el total de los españoles es un esperpento abochornante para la capital. Si la cabeza pensante de la noción de España no discurre o lo hace en términos parciales, ¿cómo esperar que la idea perdure?


En cualquier caso, dada esta extraña forma amnésica que padece España, no resulta sorprendente que nuestra identidad común, pese a contar con al menos cinco siglos de una cultura de lo más plural y apasionante, sea absolutamente incapaz de proyectarse al exterior, provocando el mismo interés de vecinos europeos como Francia o Alemania. Este es un detalle sugestivo para los encargados de nuestra política exterior interesados en el poder blando. También para nuestros intelectuales.


España es una identidad sin patria definida.

Hasta ahora no he definido la patria, tan solo la consecuencia de su falta. Por eso, y aprovechando el componente de Hispanidad al que supuestamente apela nuestra fiesta nacional, quisiera realizar el camino en sentido inverso. Busquemos nuestra patria fuera de la península y sus conflictos provincianos. Porque España, separada de las Américas, es lo menos. Que nuestra patria sea el orgullo de lo común en equilibrio con la crítica de lo propio. A fin de cuentas, el valor y la apropiación de la historia demandan una mezcla de razón total y sentimiento universal.


La experiencia imperial española, incluida la decadencia, brinda un orgullo excepcional caracterizado por cuatro elementos: la belleza sin par de la lengua española; el amor por la democracia cuyo ardor revolucionario fue sentido desde las Cortes de Cádiz hasta los sables de los libertadores en la batalla final de Ayacucho; la verdad intelectual de humanistas como Bartolomé de las Casas; y el crisol de pueblos, razas y culturas antaño hermosamente encarnado por la Ciudad de México.


Conviene recordar la dualidad de esta ciudad, pues es la balanza ecuánime de nuestra historia. La bellísima Tenochtitlan, así la describió la expedición del propio Cortés, fue destruida por la barbarie española. Y, por voluntad de los mismos bárbaros, luego constituyó el centro neurálgico de la primera gran globalización de la humanidad, del primer gran acercamiento tras milenios de separación casi absoluta. El orden de los factores no nos es de interés: lo terrible es terrible y lo admirable es admirable.


La experiencia imperial española, incluida la decadencia, brinda un orgullo excepcional

Con estos puntos de encuentro, a ambos lados del Atlántico podemos y debemos identificarnos sin recelo como únicos, sí, pero como pares también. Vemos que sentirse orgulloso de la patria española debería ser fácil, pero en España no es posible porque el el patriota no lo pone fácil. Este no tiene los pies en el suelo, pega un brinco y se pone a la altura del sol. Por supuesto, esto genera vergüenza ajena, estampas caricaturescas, egos quemados. Al parecer, hay patriotas de la bandera, hay patriotas del sistema sanitario, hay patriotas de nuestras libertades… y yo digo que sobre todo hay patriotas de cachos inconexos.


Necesitamos que nuestros pies se hundan en el lodo como lo hicieron las botas de los Tercios en las marismas holandesas. Que la razón oriente a la autocrítica. Si hubo un Bartolomé es porque hubo una mita en el Potosí que explotó como esclavos a centenares de miles de inocentes. Disfrutamos las letras de Juan Rulfo, no obstante, sus compatriotas mexicanos aun siguen sin poder leer muchos de los glifos con los que parte de sus antepasados les honran.


El ejercicio de autocritica es extensible en todas direcciones y requiere de un duro debate nacional, pero, abrazándolo con orgullo, tendremos los argumentos necesarios para una conversación sobre lo que queremos del futuro. Solo así somos verdaderos patriotas con una empresa común digna de nuestro tiempo. Como dijo Ortega y Gasset, hace precisamente un siglo: España existe para intentarla.


Necesitamos recuperar la patria para, con ojos renovados, intentar la nueva España.




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