Siglo XXI: fin de la Paz Americana y albor de los desconocido
- Eduardo San Miguel Velasco
- 30 mar 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 18 abr 2022
Eduardo San Miguel Velasco
Indica un viejo adagio romano “si vis pacem, para bellum”. Suele ser invocado como argumento teórico por los defensores de la doctrina del realismo político, “si deseas la paz, prepara la guerra”. El caso más contemporáneo sería la necesidad de armar a Ucrania frente a Rusia para que esta pueda negociar el mejor acuerdo de paz posible. Pero lo cierto es que también tiene adeptos, si cabe más relevantes, fuera de la siempre limitada esfera de los analistas internacionales. Hablo del mundo de los estadistas: el mundo que construye el mundo.
El último de estos hombres y mujeres en aplicar la máxima latina ha sido el canciller alemán, Olaf Scholz. Un político de carácter más bien comedido que se dispone a rearmar a su patria pues el país, dice él, se encuentra ante un “Zeitewende”, un cambio de era. No hablamos de algo anodino porque, aunque todo es más complejo, los dos últimos teutones que rearmaron a Alemania, el káiser Guillermo II y Adolf Hitler, catapultaron a la humanidad a sendas conflagraciones que no hace falta ni nombrar.
“Zeitewende”, un cambio de era.
Por supuesto, yo no insinuó que irremediablemente este socialdemócrata y exministro de finanzas se unirá en los libros de historia a los otros dos estadistas germanos. Desde luego, no parece dar el perfil jactancioso y megalómano. Solo quiero resaltar el innegable cambio de statu quo acontecido en el seno de Europa. El rearme alemán es inequívoco en cuanto a su significación: cuanto antes todos deberíamos convenir un irremediable fin al idilio de la Pax Americana. El sueño de un mundo regido por la moral y la legalidad internacional se extingue.
Ojalá hubiera sido diferente el devenir. Ahora bien, no es momento de lamentarse, sino de observar, puesto que, sea en los fundamentos del acontecer o en la mente del ser humano, la Historia parece ser una repetición infinita. El sueño medieval de un imperio cristiano y universal, una evidente analogía del idealismo misionero que ha guiado la política exterior de los Estados Unidos en los siglos XX y XXI, pereció en el siglo XVI bajo la estrategia guiada por la raison d’Etat del Cardenal Richelieu. En los dos siglos posteriores, la revolución liberal francesa y la revolución conservadora austriaca insuflaron a Europa de una nueva cosmovisión moral. En la segunda mitad del siglo XIX Bismarck retomó la raison d’Etat bajo el germano nombre de Realpolitik. Tras el apocalíptico final de ese periodo surgieron la Pax Americana y la idea compartida por casi todos los occidentales de algo que es, en última instancia, la democracia universal.
Por tanto, la primera idea a destacar es que no ocurre nada nuevo bajo el cielo. Eso debería ser tranquilizador porque nos permite hacernos preguntas sobre nuestro destino. ¿En qué estado deseamos que llegue la democracia al siguiente punto de inflexión histórico? ¿Aceptamos que los intereses de estado aplasten temporalmente a la democracia o preferimos la pureza moral y sus consecuencias? En ese caso ¿democracia de puertas para adentro, para afuera o ambas? ¿Aceptaremos interesadamente la paz autocrática en el resto del mundo o buscaremos la guerra democrática? ¿Ambivalencia o dicotomía como principios rectores? Son debates viejos con nombres nuevos, pero son ineludibles porque la metafísica precede a la física.
Son debates viejos con nombres nuevos, pero son ineludibles porque la metafísica precede a la física.
La segunda idea es la necesidad de dotar a este asunto de un marco global y no meramente europeo como ha sido el caso hasta nuestros días. China es una superpotencia y lo seguirá siendo durante todo este siglo. La civilización humana es una sola, pero sus culturas dominantes son solo dos; la sínica y la occidental. Es preocupante que nos dirijamos a un conflicto de intereses y valores con esta cultura y no sepamos absolutamente nada de ella.
Su historia y su filosofía nos son del todo desconocidas, pero condicionan directamente la vida de 1,3 billones de seres humanos e indirectamente la del resto de nosotros y, en especial, la de otros pueblos asiáticos. Quizás me equivoque, pero, aun siendo el conflicto inherente al hombre, nunca ha ocurrido entre bandos cuyas cosmovisiones fueran tan diferentes. O, por lo menos, no hemos heredado un bagaje cultural en las condiciones óptimas para entender a China. Sea como fuere, parece claro que el fracaso de la Pax Americana reside en la ignorancia. Si hoy aprendemos y actuamos correctamente, consciente de toda la imprecisión de esa palabra, tal vez en uno o dos siglos haya una Pax Euroasiática y el albor de lo desconocido también sea el de lo deseado.
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